...acuérdate de que hubo un tiempo en que las cosas, milagrosamente, fueron de otra manera Eloy Sánchez Rosillo
Sólo puedo decir cuánto llovía. Llovía intensamente sobre mis pies cuajados de miedo y despropósitos, sobre mi boca roja de locura, sobre mi cuerpo en vilo. Llovía en los cafés, en las estatuas, bajo la piel y el pelo, entre las cicatrices. Llovían los relojes de la prisa sobre el abismo abierto hasta los besos, sobre las manos lívidas y solas, sobre los latigazos del olvido. Llovía un amargor de cervezas vacías, de despedidas húmedas, de pensamientos rotos. Llovía un mar Cantábrico de lágrimas, sobre mi pecho hueco, sobre mi amor mojado.
"He intentado escribir el Paraíso. Que no os mováis. Dejad hablar al viento ese es el Paraíso." Ezra Pound
Nunca has sido más joven y poeta que a esta hora cierta en que derramas profundísimos sueños bajo la sombra blanca del cerezo, cuando el tiempo parado se derrite y una brisa de pétalos te reviste los hombros. Las mariposas nadan en el aire como musas minúsculas, te salpican palabras y tú juegas a mover corazones que son piedras.
Quien te quiso menguar como a una leña arrojada en el fuego del olvido no conoce el tesón de la madera.
Cuando mandan callar, resquebrajarse, los desolados páramos del alma, aún te queda la fuerza de los dedos -raíz superviviente que restalla- para romper silencios.
"Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría no podrá morir nunca" José Hierro
Cómo olvidar los bosques que me amaron, tu corazón de yerba, esa mirada lenta de la tarde que pulsaba la voz de nuestros sueños, una canción vibrando en las colmenas, un centenar de pájaros, el agua, y esa esperanza erguida entre los chopos distrayendo a la muerte. Cómo olvidar la luz hecha camino, el valle perezoso de las sombras hollado por tus pasos, los lirios de la tierra prometida que sembraste en mi vientre, una campana al sol, verbos fugaces y la paz en las manos. Cómo olvidar de ti, puerto de espigas, la caricia creciente, el pan suave, si aun el latir del viento en el molino viene a agitar tu nombre.
Voy de camino a dónde, si no hay más pasadizo que el pliegue de las sombras, si soy barro y ceniza, si me falta una tarde cubierta de manzanas para tentar al hombre. No entiendo este bregar contra la piedra que fortalece el llanto, ni este fervor que empuja mi cuerpo a la quimera. Sólo la soledad quiere besarme el otoño imprevisto de mis labios. Después de tanto articular silencios ya no existe mi voz, ¡estoy perdida! y el frío de mis manos desnuda la evidencia: que no soy más que una hoja en silencio perdida en este interminable laberinto. Convoco a los poetas que han amado, que ellos te hablen de mí que yo no puedo.
Encuéntrame sentada bajo el sauce, con mi pelo de siempre, mi piel de niña loca, encuéntrame –silueta de la noche- junto al áspid brillante de la luna. Encuéntrame descalza entre la yerba sembrando de mis huellas el silencio, sola, como un candil entre la bruma que le envía señales a tus ojos. Encuéntrame bordándote unos versos en la cima cercana de algún monte, sobre el aullido extraño de las aves, sobre la sin razón de mi tristeza. Encuéntrame, muchacho despistado, que llevo aires del sur bajo el vestido y un poema de Whitman en los labios.